martes, 5 de abril de 2011

EL COMPLEJO PROCESO DE APRENDER Y ENSEÑAR

El aprendizaje escolar

Cuando pensamos en las posibles relaciones entre la Psicología y la educación, inmediatamente nos damos cuenta que una de las vertientes que nutre esta relación es el estudio del aprendizaje, proceso inevitablemente connotado al hablar de educación.

Sabemos también que el concepto de aprendizaje remite siempre a la idea de cambio. Aprender es -básicamente- cambiar, como resultado de alguna experiencia. En el caso del aprendizaje escolar, estas experiencias son organizadas y desarrolladas a través de un proceso sistemático que denominamos enseñanza. El aprendizaje escolar, es por tanto la resultante de complejas y múltiples articulaciones y relaciones entre alguien que trasmite un saber que le es reconocido, y alguien que desea saber.

El aprendizaje, es entonces un proceso profundo, que afecta y compromete a la persona total, en su dimensión corporal, cognitiva, afectiva y social. Nuestra historia vital, nuestro desarrollo intelectual, nuestra seguridad, nuestro modo de relacionarnos con el otro interjuegan permanentemente impregnando nuestra posibilidad de aprender. Descubrir el porqué, el cómo y el cuándo se aprende algo desde la singularidad de cada educando es tarea inabordable para un docente. Las explicaciones competen al campo de la Psicología; el maestro podrá apropiarse de la teoría para dar sustento a su praxis, analizarla y reformularla.

Un recorrido por las diversas teorías que están estudiando, permite advertir que cada una focaliza su atención en algún aspecto particular de esta complejidad: desde la explicación asociativa, de base neurobiológica, de las teorías estímulo-respuesta hasta el constructivismo y su análisis riguroso del sujeto epistémico o el psicoanálisis con su descubrimiento del inconsciente y su reflexión sobre el sujeto del deseo, se ha tratado de hallar y dar respuesta a este interrogante. En la cotidianeidad de la tarea docente se comprueba que cada una de estas explicaciones evidencia – según las circunstancias- su grado de validez. Y esto es así porque la extrema complejidad de la vida humana y las posibilidades que de ella se derivan hace imposible la reducción a un único punto de mira.

En efecto, todos hemos podido verificar la consistencia del principio skinneriano del “refuerzo”: toda respuesta que es seguida de una situación placentera aumenta su probabilidad de aparición en el futuro, en situaciones similares (¡el valor del “sellito” en el cuaderno de los más pequeños!), pero es a merced de las reflexiones psicoanalíticas que hemos comprendido cómo la relación con el Otro marca las posibilidades de aprender. A través de nuestra práctica corroboramos día a día las impecables investigaciones piagetianas acerca de la organización lógico-cognitiva que posibilita el acceso al conocimiento, así como la lucidez del análisis de Vigotsky sobre el papel de lo social, de la mediación del docente y de los pares en la construcción de ese conocimiento.

Consideramos también que cada docente en función de su historia, sus experiencias, sus valores, sus concepciones, en fin, desde su singularidad, se sentirá más próximo a adherir a una explicación científica que a otra. Lo valioso, lo realmente importante es que pueda reconocerse en esta elección, y para ello tendrá que efectuarla desde la reflexión y el conocimiento por un lado, y desde sí mismo y su autenticidad, por otro.

La referencia al docente en este momento no es casual. Nos permite transportarnos al otro polo de la dimensión del aprendizaje escolar: la enseñanza. Pero no discutiremos aquí formulaciones didácticas, nos referiremos a la posibilidad que tiene el docente de permitir que el alumno aprenda, es decir tejer, desde la profundidad de la relación interpersonal, puentes hacia la realización del otro.

La relación interpersonal y la posibilidad de aprender en la escuela

La influencia de la relación con el otro ha sido objeto de profundos estudios por parte del psicoanálisis, pero desde otras miradas, otras corrientes también la han analizado. Plantearemos en este apartado, las contribuciones de dos teorías que no sólo han arrojado luz acerca de cómo interjuegan estas relaciones en el aprendizaje, sino que han tenido impacto directo en el ámbito educativo; nos referimos a la teoría sociocultural de Lev Vigotsky y a la psicología humanística de Carl Rogers.

La teoría sociocultural de Vigotsky

Lev Vigotsky, pese a su corta vida, desarrolló una sustanciosa teoría que no pretendemos exponer aquí. Sólo rescataremos algunos de sus conceptos básicos –por otra parte, los más difundidos- en razón de su significatividad para las metas que nos proponemos.

Vigotsky supone que los procesos psicológicos superiores son esencialmente diferentes de los inferiores. Mientras éstos están ligados a lo biológico y a lo instintivo, aquellos son de origen social: desde que el niño nace establece relaciones con otras personas, esas relaciones interpersonales son reconstruidas interiormente por el niño pasando a ser intra personales, la actividad externa comienza a suceder internamente de modo que una función social pasa a ser individual, como condición de un largo proceso evolutivo.

“Todos los procesos superiores son, pues, de origen social. Pero unos tienen lugar en la experiencia cotidiana, son “conglomerados” que el niño no puede definir; los otros son analíticos, se relacionan con conocimientos anteriores y se integran en sistemas conceptuales (Vg. 1964, cap.IV). Son los conocimientos simbólicos que se inician con los aprendizajes escolares y finalmente conducen al conocimiento científico. Los primeros, que se adquieren en el hogar, son la prehistoria de los proceso psicológicos superiores; en la escuela se inicia la historia de los proceso psicológicos superiores.” (Bravslasky, 1993)

Estos principios culminan con el célebre concepto de Zona de Desarrollo Próximo. Existe un nivel de desarrollo real (NDR), que expresa las funciones que ya han madurado y otro nivel de desarrollo potencial (NDP) que se refiere a aquellas que están en proceso de maduración. La diferencia entre el primero, que es retrospectivo y el segundo, que es prospectivo, da por resultado la Zona de Desarrollo Próximo (ZDP). Esa zona es producto de una serie de procesos evolutivos internos que son capaces de operar “solamente cuando el niño está en interacción con personas de su entorno y en cooperación con un semejante”. “Una vez que (esos procesos) se han internalizado se convierten en parte de los logros independientes del niño”. Vigotsky considera que el verdadero conocimiento sólo se logra cuando se toma conciencia y se alcanza el control autorregulado del mismo

La ZDP pone de manifiesto la participación del maestro dentro de los límites del desarrollo interno hasta que el alumno, con su propio desempeño adquiere el dominio consciente de su propio aprendizaje y comienza un nuevo proceso de desarrollo; en función de esto, Bruner (1988) ha desarrollado el concepto de “andamiaje”, en cuya construcción el adulto actúa como una “conciencia para dos”, hasta que los niños regulan su propio desempeño, lo analizan y toman conciencia del mismo. El maestro cumple una función mediadora entre el conocimiento socialmente construido y el niño adoptando un rol que va desde una actitud directiva hasta la de un espectador empático durante el proceso de aprendizaje.

Vigotsky considera al aprendizaje escolar como un proceso de apropiación de la cultura, por lo que juega un rol importantísimo a la hora de conservarla o de transformarla.

El enfoque centrado en la persona de Rogers

Así como Vigotsky revitalizó la importancia del vínculo interpersonal para el desarrollo de los procesos psicológicos superiores y por tanto, para la evolución socio-cultural, Carl Rogers –psicólogo norteamericano contemporáneo- analizó su valor en el desarrollo de la persona total.

Rogers es uno de los representantes más cabales de la llamada “Psicología de la Tercera Fuerza”. Esta corriente surge hacia finales de 1940, en Estados Unidos, como contrapartida de los otros dos grandes movimientos: las teorías Estímulo-Respuesta y el Psicoanálisis. Esta nueva corriente, catalogada por algunos autores como “una brisa refrescante” en el ámbito de la psicología, considera al hombre como ser dinámico, en desarrollo, capaz de crecer y autorrealizarse. En ella se enrolan psicólogos del Self, personalistas, existencialistas, humanistas, perceptuales y otros; todos tienen en común un profundo interés por las cuestiones del “ser’ y el “llegar a ser” del hombre.

En particular Rogers fue profundamente influenciado por la filosofía existencialista, sobre todo por el pensamiento de Kierkergaard, que puede sintetizarse en estas palabras “Ser lo que en realidad se es’”. A lo largo de su trayectoria, y en sintonía con esta idea, fue construyendo los pilares de su teoría, cuyos principios fundamentales expresa del siguiente modo:

“La vida es un proceso que fluye, que se altera.”

“He descubierto que puedo ser más eficaz cuando puedo aceptarme y ser yo mismo.”

“En mis relaciones con las personas he descubierto que no puedo ayudarlos actuando como si yo no fuera quien soy.”

“He atribuido un valor inmenso al hecho de poder permitirme a mi mismo comprender a otra persona.”

“He comprobado que me enriquece el hecho de abrir caminos a través de los cuáles los otros pueden comunicar sus sentimientos, su particular percepción del mundo.”

“Es muy enriquecedor poder aceptar a otra persona.”

“Puedo tener confianza en mi experiencia. En ella hay orden, eso me da gran satisfacción.”

“La experiencia me ha enseñado que las personas tienen fundamentalmente una orientación positiva.”

“Las palabras que reflejan con mayor verdad mi opción son éstas:
Positiva, constructiva, tendiente a la actualización de la persona, progresando hacia la madurez y para la socialización. Terminé por convencerme de que un individuo cuánto más es comprendido y aceptado, tiene mayor posibilidad de abandonar las falsas defensas que empleó para enfrentarse con la vida y para progresar en una vía constructiva.”

Estas ideas fueron el sustento de su labor como terapeuta, pero también guiaron sus observaciones y experiencias en el campo de la educación, por el que siempre experimentó mucho interés. En efecto, Rogers pensaba que los docentes, al igual que los padres y los terapeutas jugaban un papel esencial en la construcción de la imagen de sí mismo y en el desarrollo de la autoestima de las personas, por lo que le preocupaba enormemente su formación.

Toma una frase de Heiddeger (1951) para definir lo que él entiende como enseñanza: “Enseñar es más difícil aún que aprender (...) No porque el maestro deba contar con un mayor caudal de información y tenerlo siempre preparado, (sino porque) exige esto: permitir que se aprenda. El verdadero maestro, en realidad no permite que se aprenda otra cosa que...aprender. (...) El maestro aventaja a sus alumnos sólo en esto: en que él tiene que aprender mucho más que ellos todavía... pues tiene que aprender a permitirles que aprendan. (...) Debe poder ser enseñado más que los alumnos. (...) Está mucho menos seguro de su base de lo que lo están de la suya aquellos que aprenden. En consecuencia, si la relación entre educador y educando es genuina, jamás hay lugar en ella para la autoridad del sabelotodo ni para la autoritaria potestad del funcionario. O sea, entonces, que es enaltecedor poder ser maestro...lo cual es enteramente diferente a llegar a ser un profesor famoso.”

Plantea después su concepción de aprendizaje, distinguiendo aquel aprendizaje dónde sólo interviene la mente, que se verifica “del cuello para arriba”, sin la participación de las emociones ni de las significaciones personales, que no reviste importancia para la persona total y el aprendizaje sugerente, significativo o experimental, que tiene el carácter de una implicación personal ya que involucra a la totalidad de la persona; es de iniciativa propia, pues aunque sea impulsado desde afuera, la sensación de descubrir, de lograr, de comprender, viene de adentro. Es difusivo, puesto que hace que cambien la conducta, las actitudes y hasta la personalidad del educando. Es evaluado por el alumno, pues es él quien sabe si lo conduce a lo que quiere saber, si lo ilumina, si lo ayuda. Su esencia es la significación, pues cuando se logra se estructura dentro de la experiencia total del alumno.

El logro de este aprendizaje significativo es posible si el alumno se siente seguro de sí, si confía en su capacidad para alcanzar metas, si se valora a sí mismo; la posibilidad de aprender entonces, se construye sobre bases afectivas, fundamentalmente sobre una adecuada autoestima. Y esta autoestima se genera a lo largo de las experiencias vitales del sujeto: es a través de la relación con otros donde la persona se ve reflejada; los demás actúan como espejos en los que es posible mirarse; de acuerdo a cómo nos veamos construiremos nuestra propia imagen, y actuaremos en consecuencia . Si un niño cree que es “buen alumno” (porque esa imagen le ha sido devuelta por padres, maestros y compañeros), para mantener la congruencia, seguramente estudiará, se esforzará y tratará de obtener buenas notas, sentirá que en verdad tiene cualidades para el estudio.

Como se advierte, entonces el papel del maestro es central para la configuración de la imagen de sí, para el desarrollo de la autoestima y por lo tanto para la creación de condiciones que posibiliten el aprendizaje. Rogers otorga a los padres, los docentes y los terapeutas un valor similar en el desarrollo y en las posibilidades de autorrealización de las personas.

Justamente en razón de esta importancia es que estos referentes deben reunir ciertas cualidades o actitudes que “faciliten” el aprendizaje y el crecimiento personal. Tales actitudes facilitadoras son (Rogers, 1983):

Autenticidad: “Cuando el facilitador es una persona auténtica obra según es y traba relación con el estudiante sin presentar una máscara o fachada (...) Tiene conciencia de sus experiencias, es capaz de vivirlas y de comunicarlas (...) Puede ser una persona real en su relación con los alumnos. Puede entusiasmarse, aburrirse, puede interesarse por los estudiantes, enojarse, ser sensible o simpático. Porque acepta estos sentimientos como suyos no tiene necesidad de imponérselos a los alumnos. Puede gustarle o disgustarle el trabajo de un estudiante, al margen de que sea correcto o deficiente desde un punto de vista objetivo o de que el estudiante sea bueno o malo. Expresa simplemente la impresión que le despierta el trabajo, una sensación que lleva dentro de sí. De este modo, para sus estudiantes es una persona y no la encarnación anónima de los requerimientos del currículum ni un conducto estéril por dónde pasan los conocimientos de un lugar a otro” (...) “No siempre es fácil ser auténtico ni se logra de un momento a otro, sino esencial para aquel que desea llegar a ser revolucionario: un facilitador del aprendizaje”.

Aprecio, aceptación, confianza: “Pienso que significa apreciar al alumno, sus sentimientos y toda su persona. (...) Significa la aceptación del otro individuo como una persona independiente, con derechos propios. (...) Ese maestro podrá aceptar la apatía ocasional del estudiante, sus erráticos deseos de explorar nuevas vías de conocimiento, tanto como sus disciplinados esfuerzos para lograr objetivos más importantes. (...) Estamos describiendo una apreciación del alumno como un ser imperfecto con muchos sentimientos y potencialidades”.

Comprensión empática: “Cuando el profesor tiene la capacidad de comprender desde adentro las reacciones del estudiante, cuando tiene una apercepción sensible de cómo se presenta el proceso de aprendizaje al alumno, entonces podrá facilitar un aprendizaje significativo. Este tipo de comprensión es totalmente diferente de la común evaluativa y que responde al modelo de ‘comprendo tus deficiencias’. (...) Esta actitud de ponerse en el lugar del otro, de ver el mundo desde el punto de vista del estudiante es casi inaudita en el aula tradicional, donde es posible escuchar miles de interacciones sin encontrar un solo ejemplo de comunicación clara, sensible y empática. (...) Comprender simplemente sin evaluar ni juzgar, comprender desde el propio punto de vista del alumno y no desde el del maestro. Si todos maestro se propusiera la tarea de esforzarse para brindar una respuesta diaria, no evaluativa, comprensiva y empática a la vivencia manifestada o verbalizada de un estudiante, creo que descubriría las potencialidades de este tipo de comunicación casi inexistente”.

Quizás el modo más adecuado de concluir esta síntesis sobre la perspectiva rogeriana en educación, sea a través de sus propias palabras: “Algunos lectores considerarán que el enfoque – la creencia de que los profesores se pueden relacionar como personas con sus alumnos- es irremediablemente irreal e idealista. (...) Lamento que mi actitud ante este problema no pueda ser fríamente científica. Me apasiono al decir que la gente importa, que las relaciones interpersonales son importantes, que es posible liberar el potencial humano, que podríamos aprender mucho más, y que, a menos que prestemos atención fuerte y positiva al aspecto humano e interpersonal del dilema educacional, nuestra civilización comenzará su decadencia. Mejores cursos, mejores planes de estudio, más contenido, más máquinas de enseñanza, nunca resolverán de raíz nuestro dilema. Sólo las personas, actuando como personas en sus relaciones con sus estudiantes pueden comenzar a solucionar el problema más urgente de la educación moderna.”



Bibliografía:

BRASLAVSKY, B. La lengua escrita y los procesos de adquisición del conocimiento en una concepción sociohistórico cultural (ponencia) Congreso Internacional Innovaciones Educativas, Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia de Córdoba, 1993.

GASPERÍN, V. La libertad en Carl Rogers y sus aplicaciones pedagógicas. En Educadores. Madrid, 1980.

ROGERS, C. Libertad y creatividad en la educación en la década de los ochenta. Paidós Educador. Bs. As., 1983

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